En su enorme cama para dos, había un hombre durmiendo, pero no era el que debería estar en ella. Era un hombrecito bastante más pequeño y llorón y seguro que no le subiría el camisón en mitad de la noche. Ella estaba, una vez más, sentada frente a su pantalla dándole a las teclas sin saber muy bien hacia dónde le conducía todo aquello y sin saber muy bien tampoco, porqué lo estaba haciendo. Esa noche, como tantas otras, algún plan que otro hubiera surgido pero, desde hacía tiempo aunque los tuviera, había dejado de aceptarlos. Luna no podía dejar a ese hombre sólo en su cama, era demasiado grande para él y no tenía barrotes.

El hombre que debía estar en su lugar estaba muy lejos de ella y por cosas del destino, una moto en la cuneta le trajo a Hugo. Ahora ya no tenía remedio ni vuelta atrás, había tomado esa decisión y aunque fuera sola, la llevaría adelante. Nadie le pidió permiso ni le preguntó si ella quería hacerlo y ella no se lo cuestionó dos veces. Alguien le había quitado a su hombre pero le había dado a un bebé y tal vez fuera duro; tal vez no, sería muy duro, pero la vida le había propuesto este reto y no iba a rechazarlo.

Luna trabajaba mucho, día y noche. Le apasionaba su trabajo porque era lo único que de verdad sabía hacer. Sus dedos tecleaban sin tregua ni descanso y ella se dejaba llevar, porque su mente no podía parar de contar historias. Se había dedicado a eso desde siempre y no imaginaba su vida de otra forma aunque tal vez, a partir de ahora, debería empezar a hacerlo. Hugo le reclamaría un poco más de tiempo y ahora estaba ella sola para cuidarlo. Lucas se había ido y no sabía cuando iba a regresar. De repente, Luna se había convertido de la noche a la mañana en una inexperta madre soltera, con tanta melancolía como para llenar paredes y con unos dedos más inspirados de lo habitual.

Cada medio minuto aproximadamente, se preguntaba porqué había parado el coche en aquella carretera. Le gustaba conducir de noche por carreteras secundarias, rectas, sin más coches que los perdidos y sin apenas luz. Sus faros y su música le ayudaban a no pensar, necesitaba estar concentrada en el asfalto y sólo miraba las líneas que, en ocasiones, delimitaban el camino. De esta manera, podía descansar porque incluso dormida, no paraba de contar historias una detrás de otra. Sólo así dejaba de pensar…

Incluso dejaba de pensar en Lucas y eso, era lo más difícil de todo. Una carta lo anunció: llevaba años detrás de una expedición en África y al fin se la habían concedido. Al fin o en el peor momento porque había pasado tanto tiempo, que había olvidado sus razones. Pero por supuesto, Luna estaba allí para recordárselas sin pensar un solo momento en ella y en lo grande que sería su cama sin él. Y cuando las enumeró una por una ya no podía arrepentirse de haberlo hecho porque él, ya estaba preparando las maletas...