Una de las profesiones más bonitas, bajo mi punto de vista claro, es la mía. Los que nos dedicamos a la creatividad sabemos (la mayoría) que nunca salvaremos vidas (directamente), apagaremos incendios, construiremos puentes ni haremos más ricos a los países pobres. Pero nos gusta pensar que hay gente que disfruta con las pequeñas historias que contamos por la tele o por radio y que tal vez, dando a conocer algunos productos, lugares, ideas… podemos hacer felices a algunas personas. Pero bueno, también sabemos que muchos (la mayoría) nos odian por ser los que interrumpimos las pelis en los momentos más interesantes, los que hacemos que los capítulos de las series favoritas sean interminables, que prometamos cosas que después no se cumplen, blablabla… Considero que mi trabajo es muy divertido, disfruto con él y aunque, mucha gente piense que es fácil y consista en estar todo el día mirando el techo, no es así. Está claro que no estamos en una mina, o de sol a sol pateando calles, o conduciendo millones de km… pero requiere su esfuerzo y, sólo de vez en cuando, nos gusta ser recompensados. Sobre todo por aquellos que nos pagan y para los que trabajamos.
Toda esta oda a mi profesión viene porque el otro día viví en mis propias carnes, mi primera frustración creativa gracias a uno de nuestros clientes más importantes (omito el nombre para no herir posibles susceptibilidades). Te tiras una semana (en el mejor de los casos) pensando tres opciones de spot para una marca de alimentación. Y evidentemente, como creativa, intento evitar tópicos y salir de lo corriente, cumplir los objetivos pero intentando, como el nombre de mi trabajo implica, ser creativa… vas trabajando y te das contra la pared al ver que, de 20” de un anuncio, nosotros sólo podemos “decidir” 5” (y después dicen que los publicitarios decimos mentiras…). En fin, eres consciente y asumes que quién manda es el cliente y que son las reglas de este juego. Trabajas en ese cachito de tiempo para construir una historia que venda, que sea divertida, que emocione, que elogie el producto, que lo eleve y que el público se sienta identificado… y lo consigues! Tal vez no es lo que tu hubieras hecho idealmente, pero te convence y de hecho, no dejas de trabajar hasta que es así. Con toda tu ilusión (porque si algo tiene este trabajo, es que ilusiona) vas al cliente que te ha pedido que hagas todo eso a presentarle tu trabajo (que mucho tiempo y esfuerzo te ha costado). Y él, tras tu exposición e intentona por convencerle de que nadie lo propondrá nada mejor, te mira y cruzas los dedos para no escuchar lo que, evidentemente, acabarás escuchando. NO hace falta que seas tan creativ@, ni que pierdas el tiempo en buscar nuevas vías de comunicación, ni innovar, ni de decir lo mismo que siempre de otra manera… porque no sirve de nada. Porque nadie más que Nosotros conoce esta marca y es mejor que nos ciñamos a lo que SIEMPRE HEMOS HECHO. Mejor así.
Aún así me encanta mi trabajo y espero que me siga apasionando como hasta ahora, durante muchos años. Y eso sí, espero no perder nunca la capacidad para seguir presentando trabajos creativos. El día que me conforme con presentar lo que SIEMPRE HEMOS HECHO, cerraré la paraeta y me dedicaré a cualquier otra cosa.