Es extraño estar en una isla, completamente rodeado de mar y conduciendo por carreteras que continuamente rodean la costa y no sentirme realmente cerca del mar. Hoy por primera vez he sentido que estaba en medio del mar, en medio de nuestro Mar Mediterráneo cuando por fín, he tocado la arena de la playa y he bañado mis pies con agua salada. Es curioso como aún notando la humadedad de estar cerca del mar y de oler muy a menudo a mar en estos días en Malta, aún no me había dado cuenta de lo importante que será para mi el día de hoy este año.

Ahora, viviendo en Madrid, me daré cuenta de lo que es un verano sin mar, un verano sin arena, un verano sin crema, sin sal, sin playa. Todos los años de mi vida he estado cerca del mar y más o menos a menudo, iba a la playa a refrescarme, a purificarme, a sentirme libre... en Madrid no podré salir de trabajar con el bikini puesto e ir directamente a la barceloneta con un simple pareo y hasta que el sol se escondiera entre Montjuic, estar tumbada en la arena, hablando o escuchando música mientras los rayos del sol penetraban suavemente en mi piel.

Hoy, tras introducir mis piernas hasta las rodillas, con el sol por detrás calentandome la espalda, he mirado hacia el mar y sentido ese momento de infinidad absoluta que se siente ante el gran lago azul. Hoy, tras tumbarme en la arena que quemaba mi cuerpo he olido mi piel con ese aroma único del verano, una extraña mezcla de sal, arena y crema. Y ahora mismo, tras haber pasado más de una hora de esos momentos no me he quitado el mar de la piel. Aún quiero tener en mi, ese último respiro de sal.