Caminando por las calles de una Barcelona que despierta. Entre legañas y bostezos, perezosa y cansada por la noche anterior, la ciudad despierta al nuevo día que le espera. Camino por sus calles, silenciosas aún y lejos del ruido de los coches y el bullicio de la gente. Lentamente, las farolas se apagan y las lucecitas de las mesitas de noche empiezan a adivinarse entre las cortinas de las habitaciones. Persianas que se suben, puertas que se abren. Las calles son como torrentes que van recibiendo el flujo de los que poco a poco se incorporan a la vida otra vez. Pero yo estoy en una nube, azul dicen. La mañana es fresca y grisacea y es agradable sentir la suave brisa de la mañana entre las piernas. Una sonrisa se adivina en mi cara y siento que algo ha cambiado. Se respira en el ambiente la incertidumbre de el "qué pasará". Pero no pienso. Intento no pensar y disfrutar de este breve instante de bienestar y placentera soledad. Me dejo llevar calle abajo y aprovecho la oportunidad de, por un momento ver como mi Barcelona desconocida despierta una vez más.