Nunca le doy demasiada importancia a las cosas que puedo llegar a hacer con las manos, porque lo que realmente creo que se me ha dado bien en la vida (o al menos con lo que más he disfrutado) lo he hecho con los pies. Siempre admiro a las personas que son capaces de realizar cosas que surgen de la nada o de su imaginación con sus manos. Pintar, hacer música, coser o incluso hacer fotos, donde interviene más el ojo que las manos incluso son unos ejemplos. En definitiva, me fascina la gente cuya creatividad, ritmo o visión les lleva a realizar cosas maravillosas y realmente lo son, porque son artesanía. Son productos fabricados (aunque esta palabra suene mal) con sus propias manos y eso, hoy en día, es algo que debería tener mucho más valor del que realmente se le da. Pero el otro día, buscando entre mis (miles) cajitas, encontré mis artilujios para hacer mi artesanía y entonces comprendí que yo también hago cosas con las manos: collares, pulseras, pendientes, tobilleras y toda clase de objetos que puedan servir como adorno para el cuerpo o los vestidos. Además, de todo tipo de formas y estilos: modernos, clásicos, étnicos, del plástico más cutre (pero anda que no da el pego...). Pero eso sí, la mayoría de las piezas que en estos casi 5 años he creado han sido objeto de regalo, premio o préstamos permanentes. Y aunque (esto lo he visto con el tiempo) no todo el mundo sepa valorarlo y no siempre hayan quedado bien, es genial ver la reacción de las personas obsequiadas con algún objeto hecho por una misma. Y esa es la mejor satisfacción. No creo ni mucho menos que me vaya a ganar la vida con esto pero a mi me divierte y además, emebellece aún más si cabe, a esas personas.